miércoles, 30 de junio de 2010

Por favor, apiádate de mí


-P

or favor-era lo único que ella murmuraba-por favor, apiádate de mí.

Se encontraba hincada a mitad de un cuarto oscuro, en las paredes no tenían ninguna ventana, la única manera de entrar ahí era por una rejilla que se encontraba en el techo. Su ropa, si a eso se le podía llamar ropa, estaba sucia y rasgada, era sólo que una prenda gris sin forma alguna que le llegaba más abajo de sus rodillas. Ella se encontraba sucia, todo su cuerpo estaba lleno de marcas: arañones, cortadas, moretones por los golpes recibidos. Eran las marcas de la violencia ejercida en ella.

Era solo una chica frágil, era pequeña para sus 15 años media solo 1.50, su piel blanca, ahora marcada por sangre y mugre, su cabello largo hasta la cintura, de un color rubio tan claro que parecía de plata, también se encontraba sucio y con sangre, su hermoso rostro tan perfecto como un ángel, sus mejillas rojas por el llanto, sus hermosos ojos azules como el cielo, los cuales se encontraban sin brillo después de tanto sufrimiento, de ellos corrían lagrimas sin control, mientras de su pequeña boca sólo salía una frase en un susurro:

-Por favor, apiádate de mí. Por favor, apiádate de mí.

La habitación sólo se encontraba iluminada por una vela, se encontraba frente a ella en medio de la habitación, apunto de consumirse.

Ella era solo una pequeña la cual por 2 años había sufrido los abusos por parte de unos hombres los cuales habían vendido su frágil cuerpo a quien quisiera poseerlo, sin embargo, ahora su destino estaba marcado, una enfermedad acabaría con su vida al no existir una cura. Era por eso que murmuraba esas palabras:

-Por favor, apiádate de mí.- lo murmuraba bajo, pero a suficientemente volumen para quien se encontraba frente a ella lograra oírla.

Era un chico de 17 años, media 1.80 era muy atractivo, delgado, moreno, cabello corto y rebelde, color negro como la noche, sus ojos grises la miraban con intensidad, se encontraba vestido de negro para poder caminar de noche sin ser notado por los miembros de la pandilla a la que acababa de unirse.

Había saltado a la habitación sin preocuparse por volver a salir, en si lo descubrirían; ellos habían dañado a tan bello ángel, sin preocuparse, sin remordimientos. Él estaba decidido a salvarla pero una palabra acabo con su alma:

-Sida-había murmurado ella por lo bajo.

Ahora él se encontraba frente a ella como muchas otras noches lo había hecho, sin embargo, esta noche sería distinto, no habría marcha atrás, en sus manos, que temblaban sin control, se encontraba una pistola. Ahora haría lo que tantas veces ella le había suplicado…

-Por favor, apiádate de mí. -murmuraba mirándolo al rostro mientras las lagrimas bañaban su rostro.

Él acercó el arma hasta tocar la frente de ella.

-Gracias-la oyó murmurar antes de tirar del gatillo.

Vio que todo sucedía en cámara lenta, ella caía hacia atrás, poco a poco se fue formando un charco de sangre que rodeaba su cuerpo, pero en su rostro había paz y una sonrisa, en su frente un pequeño agujero por el que se escapaba la vida, por el que se escapaba de este mundo de sufrimiento y dolor.

Las manos de él temblaban con fuerza pero aun así logro controlarse para llevar la pistola a su boca para darle un beso helado el cual acabaría con su sufrimiento, su vida ahora ya no tenia sentido, en su cabeza aun resonaban sus palabras.

-Por favor, apiádate de mí. Por favor, apiádate de mí.-ella quería que él acabara con su sufrimiento.

Ahora él haría lo mismo, sin ella, ya nada tenia sentido, tiró del gatillo mientras que el ruido se escuchaba por toda la habitación y fuera de está, la vela se apago al igual que las vidas se había extinguido dejando todo en una terrible oscuridad, dejando en oscuridad dos cuerpos sobre un enorme charco de sangre.

Fin